Más puro, más grande

ANDREA SANCHEZ NAVARRETE / la verdad no peca / San Luis Potosí, S.L.P.
Hace unos ocho años, en un intercambio del bachillerato conocí a una amiga que pasó un tiempo hospedada conmigo y mi familia. Ella era inteligente, sensible, con la mirada fija hacia adelante, me parecía muy fuerte, segura, tenía un gran corazón que se notaba a gran distancia. Andrea Navarrete-la-verdad-no-pecaSe enamoró y se casó muy joven, tuvo dos hijos, pero su matrimonio no fue lo que esperaba. Vivía maltrato físico, verbal y económico. La violencia había apagado su luz.
Quiero hablar sobre eso, sobre la violencia intrafamiliar y la violencia de género, específicamente contra la mujer. No niego, y ya muchos lo sabemos, que existe también la violencia de género contra el hombre, pero yo quiero aprovechar esta oportunidad para enfocarme en hablar sobre la violencia contra mujeres porque no ha cesado, porque no ha quedado en el pasado, continúa y sigue creciendo.
Este problema no pertenece únicamente a una región del país o a un estrato social específico, es un problema de alcance mundial que ocurre “hasta en las mejores familias”. Sigue siendo tabú hablar de ello, se sigue ocultando, el prejuicio contra las mujeres víctimas no para, como si no fuese suficiente el infierno dentro de sus hogares.
Pienso que no es necesario dar algún tipo de estadística o datos concretos porque el conocimiento de que existe el problema ya es de dominio público. Ya todos lo conocemos, aunque muchos se hacen de la vista gorda, no quieren aceptarlo, por algo será.
La conozco a ella, mi amiga, y a muchas otras mujeres que soportan o han soportado en algún momento ser violentadas y casi siempre, también sexualmente. En la mayoría de los casos, son los hombres de mayor confianza quienes las maltratan, los familiares, son los padres, tíos, hermanos, parejas, hijos, etc. También los hombres que se encuentran en su círculo social más cercano como los maestros, los jefes, compañeros de escuela o de trabajo, vecinos, y la lista continúa.
La mujer es quien cría y educa a las generaciones siguientes, es la que inculca los valores en casa, la que cuida, la que enseña a ser sensibles, a entregarse sin condiciones, a acariciar y abrazar a quien lo necesita. Su enseñanza complementa la del hombre, que enseña a ser inteligentes, audaces, a desapegarnos de lo que no necesitamos, nos impulsa a tomar riesgos. Entre los dos, nos enseñan a ser valientes, a ser fuertes, a tener equilibrio entre lo mental y lo emocional, dentro y fuera del hogar.
Una mujer herida, con su luz apagada, guarda ese brillo adentro, tiene miedo, tiene ira, tiene mucho dolor, se siente decepcionada, y solo eso puede mostrar; perdió el calor que da el amor y la confianza. No puede enseñar más que desconfianza, falta de amor propio y dependencia a una situación que no es sana.
Ser víctima de violencia no es razón para sentir vergüenza. La mujer víctima sigue siendo valiosa, incluso si decide, por miedo, seguir sometiéndose; no es verdad que les guste ser maltratadas, no caigamos en prejuicios. La violencia no es su identidad, la victimización no es su identidad. Pero ser valiente por quienes la aman, por sus hijos, si es madre, eso es digno de ella, es una responsabilidad que se incrementa cuando hay quienes dependen de que tome la decisión de no permitir más que la victimicen.
La responsabilidad nuestra, como sociedad, al darnos cuenta de que ocurre, es ayudarlas a saber que pueden y es mejor salir, enfrentar a quienes sea necesario, a sí mismas, a sus miedos, a la creencia de que no merecen algo mejor. A nosotros nos toca mostrarles que hay otro mundo, uno que les espera, que está lleno de oportunidades y cosas buenas.
Hay casos peores y no tan peores pero la violencia, por más pequeña que sea, por más pasajera que aparente ser, NUNCA se debe permitir.
Siempre hablo del verdadero amor, el que nace primero dentro de nuestros corazones hacia nosotros mismos para luego poder volcarlo a otros y contagiar sus corazones para encontrarlo también. Mi amiga encontró el amor propio, de nuevo se encendió su luz y ahora brilla. El amor verdadero la inundó a ella y a sus hijos; todas esas cualidades que siempre la caracterizaron le ayudaron a encontrar valor para detener la violencia y se divorció.
No es fácil, se tiene que romper, se tiene que quemar una cadena larga de creencia equivocadas, también las relaciones de amistad que no propician el amor y el auto cuidado, porque hay quienes no estarán de acuerdo con el divorcio y puede ser hasta el amigo más cercano; en muchos casos, tristemente, es la propia familia la que no quiere ayudar.
Ejemplos como ella conozco varios, unos muy cercanos a mí, y quiero decirles a todas las que estén en camino de eliminar la violencia de sus vidas y a todas las que buscan vivir mejor, que las admiro, que son el mejor ejemplo de lo que una mujer puede enseñar. Sé que la fuerza que las impulsó fue el amor, y que gracias a que una vez lo perdieron, lo reconocieron y lo volvieron a encontrar, pero más puro, más grande.