La nueva anormalidad

Son tiempos de encierro que desquician horarios pero igual nos permiten leer y pensar más, tal vez demasiado. Miren, el apremio por informarnos lleva a cierta curiosidad en la tele (noticieros y comentaristas) o en internet (portales y opiniones en redes), sobre todo ante la temible pandemia y nuestro futuro (vivos, de preferencia), con lo que acabamos confundidos.

Dominan los datos de contagios y defunciones en México y el mundo, así como múltiples conjeturas científicas, predicciones matemáticas y consejos médicos de prevención… todo ello con sus mapas y curvas o gráficas. También destacan diversas teorías sobre los orígenes y las perspectivas del virus, al igual que narrativas de cobardías, heroísmos, estupideces, confusiones o falsedades.

Se dice que “el mundo no va a ser el mismo”, que habrá “una nueva normalidad” (no modernidad) y que se verán los malos y buenos. Suena bien que tenemos que cambiar el mundo, que nada será igual y la sociedad va a ser otra, que deberá haber dignidad y justicia para reinventar los objetivos y las economías. ¡Nada más!

Ya veremos qué sucede y qué no, como con el virus de la ‘gripe española’ que en 1918-20 mató cerca de 100 millones, y luego no cambió tanto el mundo… vinieron los fabulosos veintes. Habrá que voltear más hacia dentro, pero sin cerrarse del todo.

En lo inmediato, nuestras reacciones van del miedo al valemadrismo. Cuidarte no te hace héroe, pero los temerarios tampoco lo son. Para los trabajadores de la salud, el chiste va a estar en ser héroe y sobrevivir.

En nuestro sistema presidencialista el mandatario ha ido del “no pasa nada” a la emergencia para estar listos y a la urgencia actual de que todo pase, aunque la premura pueda agravar la situación. Vendría a ser la economía o la salud, y se les acusa de mentir.

Creo que él sabe “hacer de las malas, buenas”, y entiende el sabio refrán de que “no hay mal que por bien no venga” para sus propósitos personales. Busca que los desastres le caigan “como anillo al dedo” pero tal vez ahora sea más difícil.

En todo caso tendrá coartadas y culpables, para librarla lo mejor posible y jalar agua a su molino. Mientras tanto, cualquier distractor es bueno… ya sea provocado o imprevisto. Y como ahora no puede continuar su campaña, se pone a desacreditar médicos, empresarios o periodistas, asegurando que los ingenieros o economistas no son tan necesarios pues otros pueden realizar sus funciones.

Habla incluso de modificar la Economía. Hace poco publicó un libro ya olvidado y estos días escribe sobre sustituir a la Economía y sus conceptos básicos como crecimiento y PIB, aunque al iniciar su gobierno haya insistido en que la economía mexicana iba a crecer más que con sus antecesores; cuando no lo logró y el producto nacional se contrajo, ya cambió su idea.

El Producto Interno Bruto (PIB), que es básicamente la suma de lo producido en un país a lo largo de un período, se puede desglosar en sus sectores económicos. A su vez, encarna el Ingreso Nacional que va a dividirse entre el total de la población (ingreso per cápita).

Prefiere así el desarrollo al crecimiento, y el bienestar al PIB, los cuales no son excluyentes. Al rechazar el pasado cercano (que llama neoliberalismo) abraza el antepasado (el populismo de 1970-82), pero si algo muestra límites o defectos no quiere decir que haya que omitirlo e inventar una felicidad espiritual  tibetana o venezolana. Los avances en el empleo y el ingreso vienen a ser imprescindibles para el bienestar general.

No se trata de olvidar el crecimiento del ingreso, sino de mejorar su distribución. Tampoco la inversión y el progreso van a significar infelicidad… de hecho, permiten reducir la pobreza y financiar la atención de epidemias, inundaciones o temblores.

Coincido, oigan, en que todos debemos esforzarnos por comunicar en forma más sencilla y cercana a los problemas locales, para que —a diferencia de Venezuela— se pueda entender mejor qué sucedió y quiénes resultan responsables. Veremos, pues.

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CARLOS PÉREZ GARCÍA / Opinión / Ciudad de México / Mayo 16 de 2020.