Del terror imberbe al terrorismo desvergonzado

Nadie puede aterrorizar a toda una nación, a menos que todos nosotros seamos sus cómplices.

Edward R.Murrow.

La semana pasada hablábamos del “terror imberbe”, aludiendo a la edad en que un grupo de niños de esta aparentemente tranquila tierra potosina, se confrontaba con la realidad de la imperfección humana y la complejidad de las relaciones humanas, más allá de los valores que como precepto se nos dictaban en la niñez, a veces hasta llenar varias planas de la libreta. El terrorismo “hecho en México”, como derivación y reacción a décadas de sordera oficial deliberada y abuso de la hegemonía política, de ciertas élites pre y pos revolucionarias, en perfecto y mudo entendimiento; la complicidad como “valor” entendido. La crudeza de aquellas luchas, que tuvimos que vivir antes que entenderlas (¿realmente pueden llegar a entenderse alguna vez acciones tan radicales que vulneran a civiles inocentes?). Tampoco puede entenderse la brutalidad y la impertinencia criminal de culpar y afectar a quien sea que parezca terrorista, sin caer en eso mismo en el terrorismo que se significó más en los años de la guerra sucia.

Pues bien, ni uno ni otro terrorismo de los ya mencionados tiene alcance para compararse con el que hoy en día vivimos y que amenaza quedarse con nosotros en vía de la normalidad más conveniente para nuestros negocios, nuestra zona de confort mientras no pase nada en nuestro patio trasero; mientras no sean nuestros los desaparecidos, los heridos, los asaltados, extorsionados, adictos o violados. Hablo del crimen organizado y el narcoterrorismo.

Por sí misma, la violencia que vivimos en México podría catalogarse desde una visión sociológica jurídica como terrorismo y para atacarlo correctamente se tendría que dividir en dos aspectos que el Estado ha venido ignorando: investigar y perseguir estas acciones como del tipo penal de terrorismo y reconocer la impunidad que hasta ahora tienen este tipo de operaciones. Así lo señala en un afortunado Artículo denominado “Delincuencia Organizada y Narcoterrorismo en México” confeccionado por Javier Dondé Matute y forma parte de una Investigación patrocinada por Konrad Adenaur Stiftung, dentro del Programa Estado de Derecho para Latinoamérica.

En ella, Dondé Matute dice que la violencia extrema en México, que inició con la militarización del combate a la delincuencia en el sexenio de Felipe Calderón, ha sido tema de muchas notas periodísticas y estudios más de fondo que se han enfocado más en el número de muertos registrados, es decir, se enfocan en una discusión meramente cuantitativa, pero si lo vemos  directamente como terrorismo tendría que ser hacerse un análisis cualitativo, ya que desde el punto de vista de la sociología jurídica se revelan hechos que la doctrina y la legislación reconocer como terrorismo.

Hablar de terrorismo implica que se les atribuyan acciones a la delincuencia organizada como referiría el términos narcoterrorismo, la delincuencia organizada no tiene una ideología por lo que se les atribuyen actos de violencia que buscan promover temor en la población o coaccionar a los gobiernos para hacer una acción específica.

Pero el hecho es que el Estado mexicano sigue siendo omiso en la investigación, valoración, cuantificación y por ende en su correcto tratamiento con hechos terroristas a todas luces. Esta omisión, puede desprenderse de la fuente citada, es análoga a juzgar y tratar como delito de Lesiones al delito de tortura pues se acude solo a un resultado superficial; o de igual forma, juzgar como homicidio a un genocidio.

Ese disfraz que le ponemos a las cosas ese eufemismo amoral es  de suyo condenatorio a ignorar la verdad, ignorar la verdad o soslayarla es equivalente a su ocultamiento y el resultado no es solamente ese, sino que todo ello se traduce en una feria de impunidades que son por sí mismas también un terrorismo. En este caso un terrorismo de Estado. Y no importa mucho -pues resulta igualmente grave- hacerlo en forma deliberada o por ignorancia supina o negligencia burocrática que a veces es más insensible y cruel que la deliberada intención de ocultar algo. Al menos la encuentro más desesperante, exasperante…como debe ser el objetivo del terror sembrado…el afán del terrorismo.

La pregunta sería, ¿Frente a cuántos terrorismos y cuántos terroristas debemos enfrentarnos o sobreponernos? ¿Es un país o un mundo de terror el que queremos heredar a las generaciones que ya están aquí y a las que vienen? ¿Tenemos vergüenza histórica? ¿Realmente nos interesa?

PEDRO OLVERA / Retruécano / San Luis Potosí, S.L.P. / Octubre 12 de 2019.

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