Macario

Este fin de semana el medio artístico latinoamericano despidió con profunda tristeza al gran Ignacio López Tarso, un hombre forjado en el teatro y hecho en el cine, con una personalidad afable y una capacidad interpretativa fuera de serie. Seguramente por muchas de sus obras y películas será recordado, pero hay una que destaca y que desde 1960 lo inmortalizó, no sólo por haber sido la primera vez en que una cinta mexicana obtenía una nominación al Oscar como mejor película extranjera, sino por la extraordinaria sencillez con que aborda los grandes misterios de la existencia humana: el bien, el mal, la vida y la muerte. Macario, encarnado por un joven López Tarso, dibuja a la perfección el México rural de finales de los cincuentas que se resistía a ceder frente al México urbano, donde el espejismo del progreso ofertado por el triunfo de los gobiernos neo revolucionarios, lejos de terminar con las brechas de desigualdad entre el campo y la ciudad, las acentuó. Y aunque la película se temporaliza en la época Virreinal, el Macario del filme representó a ese hombre del México campesino, pobre y atemorizado, cuyo mayor sueño era degustar egoístamente a sus anchas un guajolote, dejando de lado -aunque fuera por un momento- la pesada loza del sostenimiento de su familia, de tal modo que Macario se interna en el bosque a saborear su deliciosa ave. Una vez ahí se presentarán ante él tres seres cuya existencia están presentes en el colectivo consiente de millones de mexicanos, resultado del sincretismo religioso y desde luego producto de la conquista y de tres siglos de dominio español. El primero en aparecer es el diablo, al que se le asocia con la codicia, un diablo muy mexicano, cuya idea, -hoy ampliamente difundida en las mañaneras- presupone que ser rico es una condición sinónima de maldad, por lo que Macario rechaza departir con el diablo su exquisito manjar. Enseguida en esa misma línea dicotómica colectiva, se le presenta Dios, un anciano con rostro de bondad, -cliché de que todos los adultos mayores son buenos, hoy con certeza sabemos que no es así, menos los poderosos-,  con quien Macario tampoco está dispuesto a compartir su tan deseado alimento. Finalmente aparece la Muerte, una persona muy parecida al campesino Macario, quien reflexiona que muy a pesar de Dios y del Diablo, de la Muerte ninguna persona escapa, por lo que decide compartir la mitad de su guajolote por un poco más de tiempo en la vida terrenal. En gratitud, la Muerte y Macario trabajarían juntos, éste último como genial curandero, de aquellos enfermos cuyo padecimiento no era mortal, todo con la complicidad de su nuevo amigo, la historia no termina bien para Macario cuando no es capaz de sanar al hijo del Virrey y se ve obligado a huir de nuevo a ese bosque donde vuelve a encontrar a Dios y al Diablo quienes le recriminan su decisión de pactar con la Muerte, a quien finalmente encuentra en la caverna donde habitan las luces de la vida y observa como la suya está apunto de extinguirse, como finalmente ocurre. Esta película no sólo es una obra de arte a nivel cinematográfico e interpretativo, Macario es una representación de la vida misma, contextualizada en un México que poco o nada ha cambiado desde entonces, donde la condición humana sea en la riqueza o la pobreza, hacen de Macarios, seres egoístas y megalómanos que un día deciden pactar con la muerte a cambio de un poder efímero, un poder que, como el de Macario tarde o temprano culmina en el México surrealista, en el de todos los días. In Memoriam. Don Ignacio López Tarso. Excelente lunes. Los sigo leyendo en este correo: jorgeandres7826@hotmail.com.

JORGE ANDRÉS LÓPEZ ESPINOSA / Mano Izquierda / San Luis Potosí, S.L.P. / Marzo 13 de 2023.