“Mi Papá Murió de Coronavirus en SLP. Nadie lo Contagió”: Un Relato para Crear Conciencia

Enrique Flores, de 70 años, fue la primera víctima mortal de COVID–19 en San Luis Potosí. Aunque en un principio su caso fue manejado como un contagio asociado a importación, su familia asegura que se trata de un caso comunitario, pues después de hacer pruebas a los sospechosos, fue imposible encontrar la cadena de transmisión. Su hijo relata la experiencia de su familia y asegura que esta es una lucha de todos. Rompeviento.tv reprodujo íntegro su relato.

27 de marzo del 2020

Después de una guerra campal entre muchísimos involucrados, solo quiero platicar lo que vivimos mi familia y yo. Algo que jamás quisiera que otra persona viviera.

Intentaré ser muy consiente, cuidadoso y breve en mis palabras ya que tengo una gran responsabilidad. Fueron días realmente devastadores los que vivimos en mi familia y solo busco generar conciencia de lo que estamos a punto de vivir en esta sociedad si no luchamos juntos.

Mi papá, quien seguía siendo un hombre fuerte, sano y completamente activo, trabajando diario puntualmente, comenzó con una simple gripa hace un par de semanas, lo que después se convirtió en una influenza comprobada durante 5 días. Yo tenía un viaje programado con mi esposa e hijos y la salud de mi papá, pensamos, era “solo” una influenza leve. Así que decidimos realizar el viaje.

Durante el camino en carretera comenzamos a escuchar la primeras noticias en otros países del mundo y planes de contingencia de las autoridades que estaban implementado, y comenzamos a darle seguimiento al tema. Encontramos una página que nos decía, en tiempo real, la cantidad de muertes en el mundo por país; ese día en Italia tenían alrededor de 7000  infectados. Al día siguiente, el número fue más impactante ya que casi se duplicaba, en un lapso muy corto. Fue entonces cuando empezamos a tener mayor conciencia del tema, aunque completamente convencidos que aún era algo muy ajeno a nosotros, que aquí a México no llegaría.

Sin embargo, las noticias de más víctimas empezaron a preocuparnos por mi trabajo, y la situación económica que vendría para México, en especial al ver la noticia del aislamiento preventivo que ya empezaba a darse en nuestro país. En conjunto con mi esposa, decidimos cumplir como se sugería, quedándonos dónde estábamos, pensando en el bienestar de nuestros hijos.

Días después tuve que regresar solo a San Luis Potosí, ya que la salud de mi papá no había mejorado, me tenía preocupado, y empecé a preparar todo en mi trabajo para hacerle frente a este plan de contingencia. Recuerdo que cuando me despedí de mis hijos y esposa, tenía la idea de regresar ese fin de semana y estar todos juntos en aislamiento.

En estos días la salud de mi papá no era buena, no veíamos mejoría con el medicamento para la influenza. Logramos convencerlo de ir al hospital, y fui muy duro al hablar con él, porque estaba seguro que de otra forma no aceptaría.

Por otro lado, comenzamos a ver las noticias en Estados Unidos de los planes de contingencia y principalmente de la gente que había viajado al extranjero. Mis amigos y yo, que habíamos viajado semanas antes, comenzamos a preocuparnos y a investigar si realmente podríamos estar contagiados. Fue entonces cuando en todos nosotros comenzó una guerra psicológica, cada uno a su manera, con todo lo que pasaba a nuestro alrededor. Ahí empezó esta desgastante y difícil batalla.

Ya internado, a mi papá le diagnosticaron neumonía. Jamás pasó por mi cabeza el gran infierno que comenzaríamos a vivir.

Mi papá no mejoraba y empezamos a ver la gravedad del tema. Pedí permiso a mi mamá y a mis hermanos para ir a platicar con él; quería concientizarlo de su estado real de salud y la batalla que iba a tener que pelear. Fui al hospital con todas las medidas de seguridad que el hospital implementó, incluso recuerdo que, cuando entré, mi mamá me dijo “ven siéntate aquí” y yo ya con la cabeza llena de ideas que podría estar contagiado le dije “no, me quedo acá” y a cierta distancia platique con mi papá y, en resumen, le dije, “papá, sabes que estas luchando por tu vida”.

Él, ya sin ánimos de siquiera comer. Le pedí que lo intentara por sus nietos. Y me comentó su preocupación de que era muy probable tener que usar oxígeno algunos meses, a lo que respondí, “ojalá sea solo el resultado de esto”. Al terminar nuestra platica, él quedó completamente convencido de la gravedad de su estado de salud.

Al día siguiente, mi mamá mostró muchísima preocupación por cómo había amanecido mi papá, por lo que el doctor nos citó a mis hermanos y a mi en el hospital y ahí comentamos el tema de mi viaje al extranjero 20 días antes. Ante la incertidumbre de todos, el doctor nos ordenó aislamiento total, y le realizaron la prueba de COVID19 a mi papá.

Mientras tanto, platicando con mis amigos, seguíamos sacando cuentas de los días y concluyendo que, en caso de haber tenido el contagio, tal vez ya no tendríamos nada y que, para entonces, podríamos ser inmunes al coronavirus. Además, que en nuestras familias nadie mostraba síntomas de malestar. Sin embargo, comenzamos a vivir una psicosis, la pesadilla del coronavirus en nuestras vidas.

Fueron de las peores 24 horas de mi vida, esperar los resultados de mi papá, ya que estaba completamente convencido que, si salía positivo, yo sería el culpable.

A mi papá ya lo habían aislado completamente y mi mamá decidió quedarse con él dentro del cuarto, sin siquiera pensar en el gran riesgo que esto implicaba para toda la familia.

La noche siguiente, en el chat familiar  -que era el único medio para estar comunicados-, mi hermano nos compartió el resultado de mi papá: POSITIVO. Su diagnóstico era ahora coronavirus, además de influenza y neumonía. No había acabado de asimilar el resultado cuando personas de salubridad me marcaron y me pidieron que fuera con ellos de inmediato, por supuesto con todas las medidas de seguridad que mi salida implicaba. No tenía duda que yo era el responsable de la enfermedad de mi papá y de su contagio.

Juntos comenzamos a tejer la historia de mi vida en las últimas semanas. Me pidieron fechas, nombres de posibles contagios, nombres de mis amigos del viaje, síntomas, etcétera. Solo intentaba ayudar siendo muy claro y preciso con mis respuestas y, de alguna forma, arreglar un poco la situación por la que ya me sentía totalmente responsable, y muy culpable. Estando completamente consciente que, además, tenía que seguir luchando por la salud de mi papá.

Nunca pudimos conseguir a un doctor adicional y especialista en una de las áreas importantes. Prácticamente 5 doctores en esa área nos rechazaron el apoyo sin poder darnos la oportunidad de explicarles la situación.

Mi sentimiento de culpabilidad aumentaba pero, al mismo tiempo, seguía recibiendo las mayores muestras de solidaridad, cariño y apoyo hacia nosotros. Sin duda, también de mis amigos del grupo de viaje, quienes estuvieron conmigo hasta el final. Ellos seguían peleando sus propias batallas, pues también les realizaron las pruebas a ellos y a familiares suyos que tuvieran síntomas, por lo que la preocupación por sus seres queridos también aumentaba.

Antes de que llegaran mis resultados, y después de largas horas de espera, empezamos a pelear otras batallas, entre ellas, la decisión de intubar a mi papá por su grave estado de salud. Los pronósticos cada vez eran peores, aunado al proceso de poder sacar a mi mamá de ese cuarto de inmediato por el gran riesgo de contagio que ella tenía. Teníamos que conseguir primero todo el equipo de seguridad.

Al día siguiente mi mamá salió del hospital, dejándome una lección de vida que nunca olvidaré. Con una fortaleza impresionante, se despidió de mi papá, y pude imaginar lo difícil que fue para ella salir de ahí y dejarlo solo. Ella, en su propia lucha de amor a él, y amor a sus hijos y nietos.

Cumpliendo con todos los protocolos de seguridad en algo que parecía, más que la realidad, una película de ciencia ficción, mi mamá manejó sola por la ciudad y llegó hasta su casa, donde pude observarla únicamente por las cámaras de seguridad, completamente cubierta con el traje especial.

Mientras tanto, entre todos seguíamos buscando doctores y especialistas en México y en el extranjero, con el apoyo de grandes amigos y familiares.

Durante todo este tiempo, logré convencerme que era imposible que fuera yo el culpable, que esta no era un guerra solo mía si no de todos, y que cuando regresamos de viaje no existía ningún protocolo de seguridad en México, ni en ninguno de los aeropuertos por los que pasé.  Simplemente, era uno más de los millones de personas que están luchando pero, a al mismo tiempo, con un sentimiento de sentirme señalado por todos.

Llegaron las pruebas que faltaban de mis amigos y afortunadamente fueron negativas. Solo nos faltaban las pruebas de los familiares de uno de ellos, que eran las pruebas más contundentes de contagio por parte nuestra y que, gracias a Dios, horas mas tarde, también salieron negativas. De inmediato, nos liberamos de la responsabilidad que todos compartíamos. Pero nunca entendimos lo que este resultado significaba: que el virus ya estaba en nuestra ciudad y que aquí se había contagiado mi papá. Definitivamente, no había sido un contagio importado.

Mi esposa y yo decidimos que era momento de que yo regresara a casa con mis hijos. Para todos fue muy difícil estar lejos, además del temor latente por el cierre de carreteras.

Al día siguiente falleció mi papá. Estoy convencido que me avisó de una forma muy especial el momento de su partida. Mi familia y yo decidimos hacer con el cuerpo de mi papá lo que las autoridades decidieran; aceptamos dolorosamente que, probablemente no podríamos recuperar su cuerpo si así lo decidían. Sabíamos de la gran responsabilidad que teníamos. Dar un ejemplo a los demás de que la guerra contra el coronavirus ya había comenzado en San Luis Potosí.

Comenzamos a recibir enormes muestras de cariño, por parte de muchísima gente. He tenido cientos de mensajes de apoyo y cariño hacia mi papá y mi familia. Gente enviándome anécdotas de él, mostrando el gran respeto y admiración que le tenían a ese gran ser humano que se fue.

En el chat familiar empezamos a platicar de lo mismo y a bromear que mi padre se fue como los grandes. Jamás me cuestioné por qué nos tocó vivir esto a nosotros y entendí que mi papá fue el elegido como el primero en morir en esta gran ciudad que él escogió como su hogar hace muchos años. Nosotros simplemente fuimos víctimas como muchas otras en el mundo. Además, me di cuenta de la gran conciencia que con su muerte ha creado ya en miles de personas a nuestro alrededor. Estoy seguro que Dios lo eligió a él para salvar muchas vidas en San Luis Potosí.

Solo me queda agradecer a todos los que estuvieron ahí, estaré en deuda toda la vida con ustedes, y me gustaría expresar que en esta guerra no hay culpables, solo víctimas. Entendí que no era mi guerra, ni la de mi familia, sino la de todos. Y con este escrito de lo vivido solo intento aportar un pequeño grano de arena en mi comunidad. Compartir el gran ejemplo de lucha que dejó mi papá frente a este gran reto que tenemos que enfrentar.

Quisiera reconocer y agradecer la labor de los doctores y enfermeras que vivieron esto junto a nosotros, del personal involucrado y del hospital que, lo único que hizo, fue poner todo a su alcance para salvar una vida más. También a nuestras autoridades Potosinas que, estoy convencido, están haciendo un gran esfuerzo para enfrentar esto de la mejor manera posible.

Comenzamos ya los tiempos difíciles en todos aspectos en nuestras vidas. Sin duda, mi papá ayudó a mejorar los procesos y a establecer nuevos protocolos de acción. No perdamos la esperanza de que, estando unidos, podemos tratar de que esta guerra sea menos dolorosa.

Ahora solo quiero descansar y disfrutar a mi esposa e hijos, pidiendo una tregua al coronavirus por el bien de mi mamá y los míos.

Papá, te deseo un descanso eterno y que sigas dando en el cielo el amor que diste siempre en la tierra. Con información de rompeviento.tv / foto Internet.

 

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