Pueblo Quieto

Por Leonel Serrato/ San Luis Potosí
Sábado 18, agosto 2012.- E l título de la presente colaboración lo usa habitualmente don Pablo Valladares para referirse afectuosamente a San Luis Potosí, porque es una descripción de nuestra ciudad, y en general de nuestro estado, tal como viene a nuestros recuerdos.

Es cierto, nuestros centros de población han crecido mucho en los últimos años, y ese sólo hecho es quizás suficiente para darnos cuenta que la quietud es un privilegio en el mundo moderno, pero hoy no me refiero a eso, sino a la quietud habida cuando existe paz.

¿Qué es la paz?

Si atendemos a la definición del Diccionario de la Lengua Española, de inmediato surge un término negativo: La paz es una “situación y relación mutua de quienes no están en guerra”; por eso esa acepción no nos sirve, y sí, en efecto, las primeras tres definiciones en el de la Real Academia Española son así, es hasta la cuarta concepción que sí nos dice lo que es la paz.

Es “Sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras…” y ahora sí, esa definición nos ayuda a entender por qué en San Luis no existe Paz.

El sosiego (otra bella palabra, sin duda) es el estado de quietud, de tranquilidad, de serenidad.

La buena correspondencia nos hace evocar necesariamente a la solidaridad, a fraternidad y a la armonía, basadas en la justicia.

El bellísimo “pueblo quieto” en el que nos criamos no lo es más porque carecemos de tranquilidad, vivimos en la zozobra, permanentemente alterados, y en un frenesí provocado por muchos factores: pobreza, desempleo, violencia, y la más grave impunidad de que se tenga memoria.

Esta semana infausta nos confrontó brutalmente con la realidad, desvaneció instantáneamente el clima plácido sustentado sólo en propaganda, y destruyó el mito del desarrollo basado en “atender a los más pobres” que este gobierno ha creado y difundido.

La violencia protagonizada por efectivos del Ejército Nacional y oficiales de las policías, mientras daban cacería a presuntos delincuentes, puso en peligro a miles de personas inocentes.

Cadáveres de personas que, sin la menor seña de humanidad, fueron dejados en una furgoneta, víctimas no sólo de homicidio cruel, sino de la estigmatización del gobierno que les clasificó como delincuentes caídos a manos de sus contrarios de otros cárteles, siendo que eran mexicanos con ansia de trabajar que fueron engañados, y luego masacrados.

La muerte en su lúgubre danza, yendo desde la capital a la periferia, y de regreso, ante la estupefacta mirada de quienes detentan los puestos públicos; todos los políticos escondidos, atónitos, haciendo gala de su falta de vergüenza, de su carencia de Patria, y de su falta de virilidad… hasta que los tocó.

El asesinato de un Presidente Municipal Electo, el de Matehuala, les recordó a los políticos su propia mortalidad, y los expuso al juicio implacable de los ciudadanos de a pie, los que como Usted y como yo vivimos al día.

Así como los políticos señalaron como delincuentes a las víctimas halladas en el pequeño autocar abandonado en la carretera a Zacatecas, así el ultimado político camelense fue víctima de la insidia, de la sospecha y de la maledicencia.

Y luego, tras la tempestad no vino la calma, sino que arreció el temporal, y se sucedieron hechos no revelados por el sistema de propaganda del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, pero que ahí están, tercamente evidentes pese a que se les oculte, o se les soslaye.

Decenas de políticos electos que recibieron llamadas, visitas o mensajes de parte de los criminales hoy dueños de nuestra tierra para “leerles la cartilla”; los que la entendieron, la entendieron, y seguro no le dirán a nadie.

Los secuestros e intentos de secuestros que ayer aterrorizaron a nuestra ciudad capital desde temprana hora, y que cimbraron en un solo día a Catorce, Cedral, Ciudad Valles, Matehuala, Santa María del Río, y Villa de la Paz, pero que provocaron miedo en todos lados, impotencia y sensación de abandono.

¿Dónde está el gobierno?

Algunos, los aplaudidores de siempre, los acostumbrados a libar no sólo de ubres, dirán que “sigue dando su mejor esfuerzo”, y que “no dará cuartel, ni un paso atrás en el combate al crimen”, pero de esos embustes ya estamos hartos, y de los embusteros de cualquier color y signo.

Otros obtusos dirán que “la responsabilidad es de todos”, y que “todos debemos poner de nuestra parte”, como si no les bastara con la cuota de muertos que el Pueblo ha puesto; no faltará el vil que afirme que llenamos de insidia los que les exigimos resultados y no verborrea.

Lo he escrito aquí mismo en Pulso: esta espiral de violencia, este terror, esta intranquilidad, esta ausencia de paz se debe a la impunidad absoluta en la que este gobierno hace vivir a los potosinos.

¿De qué le sirve a la ciudadanía participar, denunciar o exigir? Al final cada ciudadano que participe a favor de la paz, cada persona que denuncie o cada potosino que exija, será perseguido implacablemente o será entregado para que sea pasto de criminales.

Se que los profesionales de la pasividad no gustan de los retos, que temen a los desafíos, que ni en sueños acceden a un lance, y sabiéndolo de cualquier modo lo planteo: Que el Gobernador Fernando Toranzo Fernández ponga plazo para acabar con la impunidad, para reiniciar nuestro ciclo constructivo como sociedad, o que renuncie.

Un año parece suficiente y en sí mismo es ya una eternidad.

Ingenuidades

Algo debe haber en la oficina de Comunicación Social del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, algo dañino, putrefacto, como una presencia maligna, oscura, o diabólica, porque si no, ¿Cómo puedo explicarle a Usted que el entrañable redactor, gran conversador y mejor periodista, Juan Antonio Hernández Varela, haya alcanzado tal nivel de deterioro, hasta mimetizarse ya con la-enanita-que-no-debe-ser-nombrada?

leonelserrato@gmail.com

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