La Vocación Desde el Quijote

De Maru García

San Luis Potosí, S.L.P., lunes 16, julio 2012.- Alonso Quijano, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, murió cuerdo y vivió loco. En el preludio de su muerte, después de un sueño profundo despertó y por fin recobró el juicio, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia. Detestó los libros de las caballerías, reconoció sus disparates y embelecos y le pesó que este desengaño hubiere llegado tan tarde a su vida, sin que pudiera leer otros que dieran luz a su alma. Se arrepintió y dijo recobrar la estima que en sí tenía.

Los seres humanos tenemos a veces tan dentro a Don Quijote, que sin saberlo protagonizamos a diario su papel: Un viejo para los cánones de la época, contradictorio, apasionado y patético a la vez. Héroe y bufón. Un anciano que pretendía encarnar valores juveniles y se esforzaba en ser lo que no era. Jamás se cuestionó quién era, ni cuáles eras sus potencialidades.

¿Cuántas personas han llegado al ocaso de su vida, como Don Quijote, ignorando por completo que en realidad eran Alonso Quijano? ¿Cuántos de nosotros podamos descubrir quizá, que no somos lo que creíamos ser? ¿Qué tan ausentes hemos estado en nuestras propias vidas? ¿Cuántas veces me he olvidado de mí, creyendo estar en mí?

¿Qué tan influenciada esta nuestra existencia por los libros de caballería, que se traducen en todos los condicionamientos sociales y culturales que nublan nuestro juicio y nos secan el cerebro de manera que perdemos el juicio como Alonso Quijano? ¿No son estos libros de caballería los que nos invitan a vivir volcados hacia el exterior, hacia otras cosas y otras personas, hacia otros eventos, ejerciendo tal influencia en nosotros que a partir de ellos decidimos nuestra vocación, sin reconocer que ésta no proviene de una llamada exterior, sino de una llamada interior, de una exigencia de ser lo que potencialmente somos?

No esperemos a reflexionar sobre estos aspectos hasta el invierno de nuestras vidas, donde al igual que Don Quijote, nos arrepintamos de luchar contra molinos de viento, de vivir en la ignorancia y la locura y de no dedicar tiempo para darle luz a nuestra alma.

Hagamos lo posible por practicar el arte de conocernos a nosotros mismos, por reconocernos como sujetos morales que realizamos la ética, incrementando nuestra conciencia bajo la metáfora de la voz interior, para estar en aptitud de reconocer nuestras potencialidades y sus alcances y así hacer coincidir nuestro trabajo y vocación, y dar lo mejor en lo que hacemos, con responsabilidad y sabiduría práctica o prudencia.

Conocerse a uno mismo es transformarse, dejar de ser el que se era o el que se creía ser. Tal y como Alonso Quijano dejó de ser Don Quijote. Dejemos la locura y recobremos la cordura.

Reconozcamos nuestras potencialidades, para dar cumplimiento al imperativo pindárico: “Llegar a ser lo que eres” que adaptándolo a la analogía del ser se glosa como: “Llega a ser aquello que te es proporcionado”, en el sentido de lo proporcional, adecuado, analógico.

Aquél que no se encuentra realizado en lo que hace, no está ejerciendo su vocación. La llave maestra está en nosotros mismos. Basta un cambio de actitud hacia la vida y activar nuestras capacidades dormidas, nuestras posibilidades aletargadas por los condicionamientos educativos para liberarnos del Quijote, y cumplir con nuestro deber: ser Alonso Quijano, es decir, liberarnos a nosotros mismos de nosotros mismos. Si sé quien soy, sabré qué es lo que quiero, cuál es mi vocación y en consecuencia, mi profesión u oficio y al alcanzar mi bien individual, se estará realizando el bien de la especie humana.

La vocación no es un lujo es una necesidad. Es una exigencia moral de deber, de limitación que se muestra en el momento de tener que responder a una llamada, de ser lo que potencialmente soy. No es unívoca ni estática. Puede ser múltiple y fluctuante.

La vocación es un perfil que integra factores genéticos, culturales y creativos que nos permite realizarnos en el supremo placer de ser a través del servicio a los demás. La vocación es un llamado interior para escoger cierta actividad o estilo de vida.

La vocación es la resultante de combinar nuestras potencialidades con los principios deontológicos. El hombre tiene, para el ejercicio pleno de su función existencial, un poder autónomo y supremo que consiste en el cumplimiento del deber. Para descubrir la vocación, tenemos que intuirnos a nosotros mismos, más allá de la enmarañada conciencia intelectual, programada por una sociedad dormida, más allá de los libros de las caballerías.

Descubrir y asumir la vocación es una responsabilidad de la persona frente a sí misma como sujeto moral que realiza la ética. Vivir la vocación a través de la virtud y los valores, permite aspirar a la felicidad como vida plena lograda, el anhelo de la vida realizada para sí y para los demás.

La elección de una profesión corresponde y debe responder a una vocación en la que se asuma la actitud analógica, comportándonos de tal manera que nuestra conducta pueda ser erigida en ley universal. Por lo tanto, desempeñar una profesión es simultáneamente el ejercicio de un derecho y el cumplimiento de un deber, es recorrer el camino que hemos escogido para servir a los demás.

El profesional tiene una triple vinculación humana expresada en deberes y derechos: con la persona o institución que solicita sus servicios, con los colegas de profesión y con el círculo social en que actúa.

Nuestro trabajo profesional tendrá como finalidad, el bien común, o sea todo lo que favorezca el desarrollo y la realización integral de toda persona y de todas las personas de la sociedad, porque sin este horizonte y finalidad de una profesión se convierte en un medio de lucro o de honor, o simplemente en un instrumento de degradación moral del sujeto. Asimismo, también tendrá como finalidad, el propio beneficio, porque es justo y correcto que la profesión sea plenamente gratificante, no sólo por la ganancia, sino por el hecho de poder servir a los demás.

Un profesional debe ofrecer una preparación excelente y especial en triple sentido: capacidad intelectual, moral y física. Debe de tener conocimientos actualizados; debe de esmerarse en una conducta impecable, digna, honesta, seria y noble en el ejercicio de su profesión y en toda su vida: debe de cuidar su salud, evitando indisciplina en su vida y todo tipo de vicio.

La ética profesional, además de exigir conductas intachables, pide también cumplimientos de deberes típicos de toda profesión, como el secreto profesional, la disponibilidad equitativa, el afán de servir, al compromiso de actualización permanente, la solidaridad profesional y la actualización ética antes que todo.

Alonso Quijano, buen cristiano al fin y al cabo, abominó los disparates y embelecos de los libros de caballería, no los valores eternos del ideal caballeresco. La adversidad fue recibida por él, como un rayo de verdad enviado por Dios misericordioso. “Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda prisa: déjense burlas aparte, y tráiganme un confesor que me confiese… que en tales trances como este no se ha de burlar el hombre con el alma” (II, 74.) Sabía, por el barro de que fue hecho, que morir era forzoso. ¿Por qué no hacer la paz definitiva con Dios? ¿Y qué mejor hacerlo ahora y no en el lecho de  nuestra muerte?

Si supieras que éste es el último año, o los últimos meses de tu vida: ¿Cómo querrías que fuese? ¿Qué harías de lo que quieres hacer y aún no has hecho? ¿Qué cosas harías de otra manera? ¿Qué cosas diferentes harías en lugar de dejarte llevar? ¿Con qué relaciones, trabajos, oficios, profesiones continuarías y cuáles dejarías? ¿Con qué cosas en tu vida, en general, continuarías y con cuáles no? ¿Te sentirías satisfecho de lo que hiciste con tus talentos? ¿Viviste como Don Quijote o como Alonso Quijano? ¿Pudo más tu temor a ser, que tu dolor de no haber sido?.

Recordemos que la vida es demasiado corta, cuando nos queremos dar cuenta ya ha pasado. Todos los minutos que pasan no volverán. No podemos volver a vivir lo que hemos dejado de vivir.

No vivimos mucho tiempo los hombres: solamente vivimos un dudoso y breve espacio, que con el mismo tiempo vuela y huye; solo el alma inmortal sin fin camina (aunque tuvo principio), y pasa exenta de vejez y de edad.

QUEVEDO.
Tal y como Dios le dijo a Don Quijote en este Diálogo: En tanto sigas vivo, aún puedes hacer mucho por ti. Dentro de cada uno de nosotros hay una gran obra de arte, quitémosle lo que sobra. Hagamos de nuestra profesión un gran acto creativo. No hay trabajos chicos; los trabajos no confieren dignidad. La persona es quien le confiere la dignidad a la actividad. Ejerzamos nuestra profesión a través de la cultura del supremo placer del esfuerzo. No seamos como aquél que vivió loco y murió cuerdo…En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme…

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