Por Mónica Alfaro
San Luis Potosí SLP, Sábado 7, julio 2012., El bajísimo nivel de discusión política y el acusadero en el que se ha convertido la revisión de las cuentas de la última elección, está enterrando 3 metros bajo tierra la poca paz que nos quedaba. La doble moral democrática está amparándose en el poco apego a la legalidad que tenemos en nuestro país aún cuando la ley es explícita al marcar las formas para acusar de fraude, en tiempos y formas, ¿Por qué a muchos ciudadanos de a pie nos parece que una buena parte (o un buen grueso) de los individuos que forman los grupos de manifestantes contra las elecciones no han siquiera volteado a ver nuestra legislación y actuado en consecuencia?
La descalificación del “diferente” ha encendido las redes sociales, y no con el afán de engrandecer ni de crear, sino de destruir y de anular. La permisividad del incendiario y la tolerancia exigida hacia sus propios razonamientos es sorprendente: aquello que piden se castigue en el otro, debe ser permitido para ellos. Y con un ejemplo basta: un joven simpatizante del PRD insistía en discutir sobre el fraude del PRI, cansada de darle mis razones y parecer que hablaba en el cerro, le dije “¿Crees que solo el PRI pudo haber hecho trampa? ¿El PRD o el PAN no la haría también?” a lo que, muy ufano me contestó: “Pues si pero de esos fraudes no hay pruebas, así que no cuenta”.
La venta de la idea del fraude ha tomado un tinte incendiario y poco constructivo. Es indudable que hubo muchas (muchísimas) irregularidades en las elecciones y que cada una de ellas es un sí misma razón suficiente para manifestarse, pero también en estas movilizaciones se han colado muchos personajes de muy escasa cultura y compromiso político que, por su medio, están dándole cauce a sus frustraciones personales, logrado inflamar los ánimos al violentar las expresiones.
Las manifestaciones en contra, otrora civilizadas y producto de un proceso de análisis intelectual, están viéndose comprometidas por la falta de respeto a la legalidad al exigir un inmediato castigo al fraude que señalan, sin tener siquiera las pruebas reales en la mano, sin haber recurrido a las autoridades y sin tener mucho afán de deslindar responsabilidades. Pareciera como si ellos portaran la voz íntegra de la verdad absoluta y de la infalibilidad.
Nos veríamos muy cursis si tratáramos aquí de hablar de moral democrática, de regreso a los valores ciudadanos, de justicia y legalidad. La sociedad mexicana está siendo presa del que grita las peores amenazas, de quienes nos pintan los peores escenarios, del mercado político de oportunidades que son buscadas por medio de la manifestación incendiaria, intolerante e irreflexiva de grupos manipulados desde la cúpula de un partido.
Los fraudes, si se hicieron, en este momento ya están convertidos en votos. Si en el momento oportuno no se recabaron las pruebas, es muy difícil que lo hagan ahorita, pues la ley tiene sus formas y sus tiempos, que se deben cumplir siempre y de igual manera, y que no se puede acomodar a las exigencias de una ocasión en particular o para gusto de algunos y la complacencia de otros.
Los grupos de presión, por más derecho a manifestarse que tengan, no deben trabajar en la impunidad, al margen de la ley. No pueden impedirnos el paso por la calle, tratar de cerrar negocios, apedrear coches o amenazar al que piensa diferentes (ni Joaquín López Dóriga, ni Carlos Marín, ni Enrique Peña ni a la señora de las gorditas que votó por el PRI). Los derechos, las urnas y los medios de comunicación son de todos y todos, somos TODOS, no solo algunos.
Nos vemos.
Puedo decir que estoy de acuerdo contigo. Esta doble moral dentro de la sociedad es bastante triste, sobre todo de quienes se enorgullecen por hacer manifestaciones en pro del cambio, pero que no hacen nada desde sus hogares para lograrlo.